domingo, 30 de septiembre de 2012

Salimos el viernes del Palafox, de una sesión repleta de veteranos.  La película era "El artista y la modelo", de Fernando Trueba.  Saludamos a Juan Carlos Ajenjo, que nos da su opinión.  Charlamos brevemente y nos dispersamos bajo la lluvia.   Los cinéfilos del viernes, ya lo había olvidado, van ansiosos a tal o cual estreno buscando el chute de la juventud, el chute de cuando eran más jóvenes y experimentaban lo que supone ver una buena, una gran película.   Se hicieron adictos y no pueden dejarlo.

Cuando no lo consiguen, la decepción dura un rato.  Se van a su casa y esperan los estrenos del siguiente viernes, esperando encontrar esa sensación extraña y adictiva.

Ahora que no trabajo, puedo ir los viernes a los estrenos y reencontrarme con esa búsqueda.   Pero me doy cuenta que a medida que voy envejeciendo, esa búsqueda es más difícil, más extraña.

En Renoir Audiorama, la película podía ser buena o mala, pero era lugar de reunión de cinéfilos en busca de su chute.   Aparte de Juan Carlos Ajenjo, podías preguntar que le había parecido la película a Roberto Sánchez, a Fernando Gracia, a Toni Alarcón o a Fernando Sarrato.   Antes o después acababan pasando por allí los cinéfilos con nombre, con sobrenombre o simplemente habituales.

Fernando Asta, el que más películas veía.   Vicente Sanz, el más exigente.   Pepe Laporta, el ubicuo.
Ramón Perdiguer, el mitómano.  Renoir Audiorama no era sólo un cine de Zaragoza; era un pequeño refugio.  Refugio como las bibliotecas públicas, como la Lonja, como el Pablo Serrano.   A veces era como un café.

Pero el capital es lo que manda.   Lo demás es pura nostalgia.

No sé por donde andarán.  En tal o cual pase de los cines que quedan.   En la Filmoteca recortada.
Un poco más dispersos y seguramente echarán de menos alguna rutina propia que incluía la visita a Renoir.  Yo les echo de menos y me alegra cuando me los encuentro.   Porque soy uno de ellos.

>>Plataforma: Somos 13.   

lunes, 10 de septiembre de 2012

Oración


oración.
(Del lat. oratĭo, -ōnis).

1. f. Obra de elocuencia, razonamiento pronunciado en público a fin de persuadir a los oyentes o mover su ánimo



No soy ningún hechicero ni ningún brujo con soluciones que salen de la nada.    Sólo soy un buscador de voluntad para seguir adelante.   La voluntad es mantenerse firme, tener el ánimo sujeto cuando quieren tirártelo al suelo.

No soy creyente, pero entiendo ese deseo de encontrar esa voluntad para avanzar o coger aire, porque estar tirado en el barro, o caerse y hacerse daño en una rodilla, o el simple cansancio en el camino, dan ganas de tirar la toalla.   Yo soy un pesimista, pero soy un pesimista que quiere ser optimista.  Hay que sujetar bien fuerte esa toalla y no pensar en tirarla.   Robert Louis Stevenson, enfermo, viajó a las islas del Pacífico para restablecer su maltrecha salud, aunque aún era un hombre joven.   Conoció a los nativos y se hizo parte de ellos, de algún modo.   Escribió unas Oraciones ("Oraciones de Vailima") que es un libro que me gusta mucho y del que he escrito de vez en cuando en otra parte.

Aquel libro  estuvo algunas semanas en mi taquilla de Renoir Audiorama, con mi ropa y mis pingos.

Todos nos quejamos de dolores que encontramos en el camino.   Días malos.  Algún problema de salud.   Desórdenes familiares.   Incertidumbre y confusión ante la que está cayendo.  Lo que sea.  

Una tarde, durante la jornada de trabajo, encontré a dos compañeros de Renoir
especialmente desanimados por las cosas que no funcionaban en el cine.  Juraría que fue aproximadamente hace un año, en septiembre de 2011.   Se nos escaparon las películas de Urbizu ("No habrá paz para los malvados") y Malick ("El árbol de la vida") que aparentemente podían arrastrar a algo de nuestro público habitual a las salas.   Las películas en cartel estaban ya muy agotadas.

Alguna avería en el bar o algún otro desorden los tenía atados a ese estado de ánimo.  El mío tampoco era bueno, pero rápidamente, como los camaleones, cambié el color, subí a la taquilla y cogí el libro, para recitarles, en el hall, una de las oraciones de Stevenson: "Por la renovación de la alegría".

Quedaron un tanto sorprendidos, y ante mi surrealista pero entusiasta lectura, quedaron distraídos un rato de su preocupación.   Sólo el ánimo, sin hechos detrás, sin un comportamiento activo, no nos traen la solución, pero nos permite seguir adelante.

Como no, aquí está aquella oración:

Si somos malos, Señor, ayúdanos a darnos cuenta de ello y a enmendarnos.  Si somos buenos, ayúdanos a ser mejores.  Así como envías el sol y la lluvia, envía una mirada paciente sobre tus siervos; contémplalos, fertiliza su absoluta aridez, despiértalos, reanímalos; recrea en nosotros el espíritu de servicio, el espíritu de paz.  Renueva en nosotros el sentido de la alegría.



domingo, 9 de septiembre de 2012

La Gran Ilusión que desaparece

"La gran ilusión" era el panfletillo que la gente recogía en Renoir Audiorama y hojeaba antes de ver la película.   Generalmente acababan arrugados en la butaca, por el suelo, en la papeleras.  Alguno lo utilizaría para envolver luego el bocadillo.   Algún cinéfilo como Pepe Laporta o Antonio Roy venían anticipadamente a recogerlo, para coleccionarlo.  

Era un periódico para promocionar las películas, informar un poquito, hacer autobombo, especialmente de las películas de Altafilms, que para quien no lo sepa, es la distribuidora hermana de la cadena Renoir.  Altafilms distribuye y los Renoir exhiben.   El mismo perro con distinto collar.   Era una especie de contraataque contra las publicaciones gratuitas o contra toda la parafernalia o quincalla publicitaria con la que nos bombardean por otras vías para ver tal o cual película hecha bajo el auspicio de las multinacionales del cine. Tenía su lado de encanto y su lado casposo.  Las dos caras.

Podías averiguar que existía una nueva película de José Luis Guerín o de David Lynch, una nueva película de Bernardo Bertolucci o Agnes Jaoui.     Entrevistaban a José Luis Cuerda o a Montxo Armendáriz, a Paul Laverty o a Fernando Meirelles.  Un buen medio para enterarse que había algo más que otra secuela de Walt Disney o la nueva película de Tom Cruise.

Ahora  desaparece este panfleto.  O por lo visto, según dicen, desaparece en el formato papel.   La idea debe ser que siga existiendo una versión en internet, o para descargar, que no lo sé.  

No deja de tener su ironía que La Gran Ilusión quede para cajones o trasteros de coleccionistas, para el recuerdo, para una nebulosa que a muchos se les escapa, en la red.   No deja de tener sentido que el cine sea ya un puro mercadeo para vender chucherías o juguetes, que el reducto o el fuerte en el que quedan unos pocos intentando defender otro tipo de consideración para el séptimo arte sea un sueño pasado u olvidado, de otro tiempo.    

Es el momento de la franquicia, del cine (sala) sin sabor romántico, del cinismo.   O quizá era todo un espejismo y simplemente es que la riada nos va cogiendo a todos.



jueves, 6 de septiembre de 2012

La tomatera

No es todo extrañeza.   Es una parte del pastel, no el pastel completo.    Es alegría encontrarte, como hace unos días, con Juanjo, viejo compañero de EGB y currante del Izas, que alguna vez subió persiguiendo por las escaleras a algún cliente que había olvidado pagar antes de entrar a Renoir a ver una película.   También subió por algún apretón, cuando el baño de Izas estaba inundado de futboleros.   Tengo ganas de volver por allá cualquier día y tomar una buena tapa de tortilla o una croqueta.

Ayer me encontré con Arturo, puro chandalismo y zaragocismo, como siempre.  Reía, se alegraba de verme y me preguntaba por E. y A. Me decía que hace tiempo que no iba a ver películas a otros cines.   Le animé a hacerlo, aunque mi mala memoria no me trajo película alguna a la mente.   

Renoir era un poco, además de un cine, una tomatera.  Tomatera en el tejado,  con vistas a la vieja Romareda.   Se accedía desde una pequeña verja.    La tomatera estaba cuidada por O.  Pero cuando él no estaba, quedaba un tanto abandonada, los frutos caían o volaban, la tierra se secaba, la planta se doblaba, se quejaba.   La maceta era grande, la tierra era buena, pero las tomateras, como los cines, para estar vivas, necesitan cuidados.  Hay que preocuparse por ellas/os y no dejarlas/os tirada/os.    Darles buen agua.   Cuidar a una planta no es ninguna broma.  Dicen, incluso, que hay que hablarles.  Seguro que no les viene mal.

>> La tomatera, en el invierno de 2010.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Extrañeza

Llega septiembre y no doy por terminada esta bitácora.   Lo haré en abril de 2013, cuando se celebre el juicio que me afecta, sea cual sea el resultado.   Hasta entonces seguiré recordando y o escribiendo o divagando, según se mire.  
Eso sí, iré espaciando mucho las actualizaciones, porque es la sensación que tengo.   No quiero repetirme ni ser machacón.

En septiembre sólo se me ocurre animar a cada lector en su "curso", ya sin Renoir. No llegarán, como hubiera sido presumible, al Audiorama, las películas de José Luis Garci, Fernando Trueba, Woody Allen, Julie Delpy, José Luis Cuerda, Ken Loach.   Llegarán, confiemos, a Aragonia o Palafox o Elíseos, a Grancasa, Augusta o Yelmo, no sé si todas o algunas, no sé si otras películas.   Iremos viendo.   Veremos como sigue la aventura de Cineciutat, antiguo Renoir_Palma en su resurreción.

Podré encontrarme casualmente con Ramón Perdiguer o Manolo Moreno, con Fernando Asta o con otros habituales.  Será en otros cines, seguramente.   No habrá algún compañero que pedirá urgentemente ir al baño.  No subiremos corriendo a ver los nuevos horarios, esperando el lunes el anuncio de estrenos o una nueva película en V.O.   No nos desesperaremos cuando reviente la calefacción o no haremos nuestro trayecto cotidiano pedaleando en bicicleta.   No pasaremos al Izas antes de la jornada.  No comeremos bocadillos infames para cenar.  No veremos a los aficionados zaragocistas acudiendo a la Romareda.   Ni a Juanjo protegiendo a algún aficionado de otro equipo.  No explicaremos que nos hemos quedado sin hojas de sala de tal o cual película.  No entraremos un instante en la sala para ver una escena favorita o el trailer de una película esperada.   No nos quedaremos sin pila en la linterna de repente para salir corriendo a buscar otra.   No nos desesperaremos sentados en la escalera cuando ningun espectador acuda a ver una película o cuando la fila para sacar entradas desborde al escaso personal.  

Vi en Madrid, este verano, en Renoir Princesa o Cuatro caminos, o en Retiro, películas en V.O como "Margaret", "The swell season" o "Elefante blanco".   Era todo extrañeza.